Nuevos modelos de familias que amplían el paisaje social (Tematizando ‘in vitro’)

Nuevos modelos de familias que amplían el paisaje social
Yolanda Valiente

En España una de cada seis parejas tiene dificultades para tener un hijo de forma natural. Según los datos de la Sociedad Española de Fertilidad, la tasa de infertilidad se sitúa actualmente entre el 15 y el 17% de la población, y sigue incrementando. Muchas de estas parejas recurren en consecuencia a las técnicas de fecundación para llevar a cabo su deseo de crear una familia. Estas parejas heterosexuales junto con parejas homosexuales y madres solteras crean un contexto que abre las puertas a nuevos modelos de familiar que amplían nuestro paisaje social.

Las circunstancias que lleva a cada pareja o mujer a recurrir a los métodos de fecundación son tan diferentes como la vida misma, pero el origen no es otro que el deseo de crear una familia. Las técnicas de reproducción asistida tienen como objetivo conseguir un embarazo que dé lugar a un recién nacido sano. En España la inseminación artificial (IA) y la fecundación in vitro (FIV) son los métodos de fecundación más comúnmente empleados. La inseminación artificial consiste en la introducción de esperma en el cuello del útero o en la vagina de la mujer mediante un método instrumental. Y la fecundación in vitro es una técnica por la cual la fecundación de los ovocitos por los espermatozoides se realiza fuera del cuerpo de la madre. El proceso implica el control hormonal del proceso ovulatorio, extrayendo varios ovocitos de los ovarios maternos, para permitir que sean fecundados por espermatozoides en un medio líquido. El ovocito fecundado puede entonces ser transferido al útero de la mujer, con la intención de que implante en el útero y continúe su desarrollo hasta el parto.
Hace más de once años mi mujer y yo decidimos que era el momento de pasar de ser pareja a formar nuestra propia familia mediante la fecundación asistida y optamos por la inseminación artificial. Cuando nos pusimos en manos de profesionales para materializar el deseo de ser madres no éramos conscientes del viaje emocional en el cual nos estábamos embarcando. Los primeros estudios de fertilidad, las pruebas de diagnóstico, el control del ciclo menstrual, la hormonación provocada, las visitas al ginecólogo…. Todo ello hizo que entrásemos en un carrusel de emociones (ilusión, expectativa, frustración, impotencia, ansiedad, alegría, anhelo, tristeza, desesperación,…) que en muchos momentos puso a prueba nuestro deseo original de crear una familia.

Por aquel entonces yo comenzaba a tomar contacto con las Constelaciones Familiares y poco a poco empecé a tomar consciencia de las implicaciones sistémicas de formar una familia. Aceptar que el amor que tienes por la persona que has elegido como tu pareja no es suficiente para crear una familia y recurrir a los avances tecnológicos y científicos para poder hacer realidad ese anhelo puede ser muy doloroso. En nuestro caso era algo que teníamos asumido, éramos dos mujeres y necesitábamos el semen de un donante si queríamos ser tres. Aun así, ver la figura del donante con amor e incluirla en nuestros corazones fue un proceso que nos llevó un tiempo.

El contacto con las Constelaciones Familiares y profundizar en sus consecuencias en el sistema familiar de los órdenes del amor a lo largo de estos años me permitió ser consciente de la relevancia de incluir a todos los miembros de la familia, ya que todos tenemos el mismo derecho a pertenecer y ser parte de ella. Para cualquier familia que haya pasado por un proceso de inseminación artificial con éxito recurriendo a un donante sería importante dar un lugar a esa persona, sea hombre o mujer. Gracias al esperma o el óvulo de esa persona nosotros pudimos realizar nuestro deseo de ser padres o madres y disfrutamos hoy del fruto de ese preciado obsequio, la vida de nuestro hijo o hija.

Volviendo a nuestra experiencia, después de cuatro inseminaciones sin éxito y plenamente conscientes del papel donante, empezamos un proceso de fecundación in vitro que abrió la puerta a otro carrusel de pruebas, control del ciclo menstrual, hormonación, idas y venidas al ginecólogo… y de emociones (ilusión, miedo, impotencia, anhelo, expectativa, confianza…) ahora algo más conocido. La primera fase dio como fruto un total de cinco embriones que se desarrollaron hasta la fase de mórulas. Decidimos que me implantaran dos embriones y congelar el resto por si este intento fallaba. Al cabo de unas semanas uno de ellos se desprendió y el otro continuó creciendo hasta convertirse en una niña que nació en noviembre a las 42 semanas con 4 kg. Un maravilloso regalo de la vida que acogimos en nuestros brazos llenas de agradecimiento y amor. Y el embrión que acompañó a nuestra hija durante algunas semanas quedó olvidado en el mar de emociones que nos inundó al ser madres.

Durante los siguientes años surgieron muchas dudas y sentimientos encontrados respecto a los embriones que habían quedado en espera para una próxima implantación. Ahora mis conocimientos de las implicaciones sistémicas habían calado un poco más y en mi mente los embriones congelados también eran hijos nuestros. Nuestra familia no éramos únicamente un padre, dos madres y una hija, teníamos tres embriones más a la espera de seguir su camino y esto implicaba tomar una decisión. Por un lado no deseábamos tener tres hijos más, y por otro era consciente de las implicaciones sistémicas de donar alguno de estos embriones a la ciencia o a otras familias.

Es difícil explicar en pocas palabras los procesos internos vividos durante estos años. El primer orden del amor es el derecho a la pertenencia, el derecho a ocupar un lugar en el sistema. Este orden ha ido poco a poco desvelándose con una importancia esencial en mi vida y con toda la profundidad de sus repercusiones sistémicas en la convivencia familiar. En aquellos momentos, y a nivel más mental que emocional, yo sabía que mi familia estaba formada por un donante al cual agradecía cada día la bellísima hija que crecía entre nosotros, mi mujer, yo y esos tres embriones. Finalmente, y después de tres años, tomamos la decisión de implantarme los tres embriones y dejar que la vida decidiera, confiando en su sabiduría. Y volvimos a subirnos al tiovivo de emociones y pruebas médicas. Nuestra primera sorpresa y decepción fue que uno de ellos no había sobrevivido a este periodo de espera, por lo que me implantaron los otros dos embriones con el anhelo y el miedo orquestando su continua melodía de sentimientos encontrados.

En todo este proceso, nuestra hija de tres años, permaneció al margen hasta que tuvimos confirmación que todo había ido bien y que los dos embriones habían enganchado. Y entonces lo compartimos con ella, que reaccionó como cualquier niño de esa edad… ¡queriendo ver a sus hermanitos ya!

Pocas semanas después, tuve un aborto natural que desencadenó un proceso de duelo especialmente duro para nosotras. Además de transitar por nuestros propios sentimientos de dolor y pérdida; tuvimos que explicarle a nuestra hija que sus hermanitos ya no nacerían y acompañarla en su propio proceso.

Hasta ahora, nuestra historia es similar a la de muchas otras familias. Tal vez con la única diferencia que nosotras habíamos podido incluir en nuestro corazón como parte de la familia a la persona que hizo posible convertirnos en familia. Y también que yo tenía algunos conocimientos sistémicos que iban desplegando su influencia lentamente. A partir de este punto, y gracias a nuestra preciosa hija, es cuando la visión sistémica de la familia y de la vida echa raíces en mí y empieza a crecer como una encina.

Nuestra hija ha sido una niña que desde bien pequeña ha preguntado por su padre, y a la cual siempre hemos dado respuesta a sus preguntas, según su edad. Para nosotros su padre era una figura que habíamos incluido en nuestro corazón con una inmensa gratitud y por tanto siempre ha sido fácil hablar de él. La primera vez que me lo preguntó tendría poco más de año y medio: “Mamá, ¿dónde está mi papá?” Sabíamos que esta pregunta llegaría y habíamos hablado de cuál sería nuestra respuesta, así que con mucho amor le explicamos que su padre formaba parte de ella, de su cuerpo y de su corazón. Recuerdo que por aquel entonces, una amiga nuestra estaba embarazada y nuestra hija explicaba a todo el mundo, preguntasen o no: “Mi papá está en mi barriguita”. Nos reímos en más de una ocasión con las caras de algunas personas cuando les explicaba esto, con cara de felicidad y tocándose la barriga…

Poco antes de cumplir tres años, murió su bisabuela, con quien había tenido mucha relación. Estos fueron momentos muy intensos para nosotras; la niña empezó a preguntar por la muerte, dónde iban las personas que morían y también si nosotras, sus mamás, moriríamos, si ella moriría… Y volvió a aparecer el tema de su papá, él tampoco estaba. Así que con mucho amor y en forma de cuento, le expliqué el proceso de In vitro, de manera sencilla y fácil de entender. Recuerdo que un par de días después su pregunta fue: “Entonces, ¿tú conociste a mi papá?”. Aquí caí en cuenta que para ella este era un punto importante, así que le expliqué cómo él nos hizo un precioso regalo a través de la doctora y que nosotras, al igual que ella, tampoco conocemos a su padre. También le hablé de lo profundamente agradecidas que le estamos por su generoso regalo, ya que gracias a ese gesto ella pudo nacer. Con los años este cuento se ha ido vistiendo de detalles más concretos de todo el proceso; y creo que eso ha permitido que a día de hoy nuestra hija tenga presente a su padre cuando habla de su familia.

Cuando tuve el aborto ella vivió este proceso junto con nosotras. Aquí volvieron a surgir muchas preguntas sobre la muerte y también sobre la vida. “Mamá, ¿Por qué las semillitas de mis hermanos no han nacido?” “¿Y dónde se han ido ahora?” Responder a esas preguntas a una niña de tres años requirió de un proceso interno que iba elaborando con ella, ya que durante un tiempo estas preguntas se daban cotidianamente. Desde entonces, comunicaba su deseo de tener más hermanitos y explícitamente nos pedía que volviéramos a la doctora que nos había ayudado cuando ella nació.

Mis creencias acerca de la vida y la muerte y mis conocimientos psicológicos y sistémicos guiaron esa etapa de mi vida, difícil y oscura, a la vez que muy enriquecedora internamente. Sus preguntas me llevaron a profundizar aún más en mis propias creencias acerca de la muerte, así como en la necesidad de dar sentido a nuestros orígenes. Yo tenía claro de dónde venía, mis raíces eran mi padre y mi madre y sus respectivos sistemas familiares; conocía a mis abuelos, tíos, primos… e incluso tenía fotos de mis bisabuelos maternos. En cambio nuestra hija desconocía por completo una de esas raíces, su padre. Comprendí entonces que las familias no sólo estamos formadas por los miembros que convivimos en una casa, sino por todos los miembros de los sistemas de origen de donde tomamos la fuerza de la vida. Nuestra hija es la unión de tres sistemas familiares, el de sus dos madres que conoce y con quien tiene estrechos vínculos de amor; y el de su padre, del cual sólo sabe que existe y que continúa en ella, nada más. Y he de reconocer que este es un tema que incluso a día de hoy ocupa de tanto en tanto mis pensamientos.

Las familias que hemos formado gracias a los procesos de fecundación constituimos un nuevo modelo de familia al cual también es importante dar un lugar en nuestra sociedad. La estructura tradicional de padre, madre e hijo ha sido ampliada para poder nacer como familia; necesitamos de un tercer o a veces incluso cuarto adulto para traer al mundo el fruto de nuestro amor, cuando no solo hay un donante de esperma sino otra de óvulos. Al igual que en las familias adoptivas son cuatro los sistemas familiares que se unen, los dos sistemas de padres biológicos y los dos sistemas de los padres adoptivos; en el caso de las familias de reproducción asistida con donantes, son tres o cuatro los sistemas que se unen para poner al servicio de la vida un nuevo ser.

Año y medio después del aborto, mi pareja y yo nos divorciamos; esta situación hizo que nuestra hija incidiera más en tener hermanitos. Era un tema recurrente y por lo general, siempre lo ha hablado conmigo, tal vez por ser yo la madre biológica o sencillamente porque este tema, como ya he dicho, ha ido tomando más presencia en mí durante todos estos años.

El año pasado, poco antes de cumplir siete años, nuestra hija retomó con fuerza la demanda de tener más hermanitos. Siempre le he explicado con mucho amor que ella ya tiene cuatro hermanitos que la acompañan y la cuidan desde otro espacio, sin entrar en muchos detalles qué pasó con cada uno de ellos. En esta ocasión sentí que era el momento de ampliar su historia y enseñarle el diario que habíamos escrito sus mamás durante el proceso de In Vitro, desde que empezamos con él hasta su nacimiento. Durante unos días le estuve leyendo cómo nos habíamos sentido en la primera etapa antes de la implantación, nuestros sueños y también nuestros miedos cubrían las primeras páginas del diario. Poco a poco avanzamos por esas primeras semanas hasta llegar al día de la implantación donde junto a las palabras había una foto de las dos mórulas que me implantaron. “¿Qué es esto mamá?” Otra pregunta que me llevaba a seguir tejiendo el telar de nuestra historia familiar. Le expliqué cómo ella había estado en la barriguita de mamá junto a otro hermanito durante un tiempo y que después ese hermanito decidió volver al espacio de luz de donde venía. Para ella esa foto y mis palabras abrieron una puerta a un sentimiento que había estado ahí siempre, y a la que por fin pudo dar sentido. Cuando supo que había tenido un hermanito con ella, pudo comenzar a vivir el proceso de duelo por esa pérdida que la había acompañado hasta ese momento. Y cuando la vi llorar de una forma tan desolada, fui consciente de cuán profundo era ese dolor. He de hacer aquí un inciso para explicar que nuestra hija es una niña a la que desde pequeña hemos acompañado para que pueda expresar siempre sus emociones, y que de tanto en tanto, decía que se sentía triste aunque no sabía por qué.
Durante varios días estuvimos leyendo el diario y cada vez que lo hacíamos ella dejaba salir su tristeza, sus fantasías y sus expectativas de lo que hubiese sido vivir con ese hermanito. Esos momentos nos dieron la oportunidad de crear un espacio donde hablar de ese hermanito y de los otros que tampoco llegaron a nacer, de dónde estaban y cómo cuidaban de ella.

Poco después nuestra hija encontró por casa unos muñecos de madera, y durante toda una tarde fue dándole a cada uno de ellos un rol, les confeccionó sus trajes y los colocó. Primero su papá, el más grande, con una capa roja; luego su mamá, con un vestido naranja; después yo, su otra mamá con un vestido rosa-anaranjado; y la siguiente ella, con un vestido rosa intenso. Luego su hermanito, tenía claro que el que estuvo con ella en vientre es un chico; y después, su otro hermanito. “Mamá, ¿era niño o niña?… este también niño y los otros niñas, así tengo dos hermanitos y dos hermanitas”. Mientras hacía esto me di cuenta de cómo iba creando externamente la imagen de familia que lleva dentro, fue una tarde muy emotiva y mágica.

Imagen1Al día siguiente quiso llevar “su familia” al cole y mostrarla a todos los compañeros de clase. Con ayuda de la maestra pudo explicar quién era quién y hablar de todos ellos con la misma naturalidad y cercanía como hablaba de sus dos mamás. Ahora esta familia ocupa un lugar preferente en nuestro salón y nos acompaña en todo momento. Y cuando nuestra hija habla de su familia siempre explica que ella tiene cuatro hermanitos que no nacieron, dos mamás y un papá que forma parte de ella.
Reflexionando en estos párrafos sobre los procesos vividos durante todos estos años me admira ver cómo la vida nos ha ofrecido la oportunidad de tejer una historia familiar que nos vincula en el amor desde el lugar de cada uno y la inclusión de todos los que formamos parte de ella.

Ser consciente de la importancia de incluir a todos y darles su lugar es algo que se ha dado paulatinamente; incluir significa también acoger y aceptar todo tal y como se ha dado. En el transcurso de estos años sus implicaciones han ido arraigando y abriendo camino a un espacio en mi corazón donde cada uno ocupamos nuestro lugar. Al principio de tener a nuestra hija, el primer aborto quedó desterrado al olvido. Verla, tocarla y sentirla viva ocupó todo el espacio durante casi el primer año. Luego volvimos a plantearnos crecer como familia, y entonces ese espacio se amplió a los tres embriones que aún esperaban congelados. Cuando decidimos volver a intentar ser madres, y aborté; el tercer embrión también quedó oculto bajo el dolor de esa pérdida y ha sido durante mucho tiempo, un embrión que murió durante la congelación. Fue después del proceso de duelo de este segundo aborto, cuando el primer aborto comenzó a hacerse visible, e incluso entonces era sólo un embrión que no se había enganchado. Durante todos esos años sabía que había concebido a cinco hijos, pero en realidad sólo sentía como tal a la hija que veía crecer día a día. Ha sido gracias a la necesidad de acompañar a mi hija en su natural curiosidad, lo que me ha ido llevando a dar un lugar en mi corazón a mis otros cuatro hijos. Cuando hace once años pensaba en ser madre, no me planteé ninguna de estas situaciones y mucho menos imaginaba que llegaría a ser familia numerosa, de lo cual estoy profundamente agradecida.

© Yolanda Valiente, 2018
Maestra de Educación Infantil, Terapeuta Gestalt, Coach y Pedagogía Sistémica

Bibliografía
●http://www.sefertilidad.net – Sociedad Española de Fertilidad
●https://dicciomed.usal.es – Diccionario médico-biológico, histórico y etimológico
●Hellinger, Bert. Los órdenes del amor. 2001, Herder Editorial